4.12.06

El Pastrami de la mamá de Juan Luis Guerra: ¿Por qué lo ponen en negrita?

Hoy* estaba así como que pensando...
Hay un parque, un parque con ramas verdes, un parque con columpios, un parque con un tobogán... un parque, un parque así como que en Prados del Este, o en Chulavista.
En el medio del Parque; en la zona donde va la gente grande, porque no hay cerca que separe el parque de la avenida y sólo hay unos banquitos con vista a la cuidad y las parejas de adolescentes se deleitan con atardeceres y las partes de atrás de algunos seres; hay un cartelito.
Si uno camina por el sendero de cemento se llega así como a un cartelito. Un cartelito en el medio de un circulito de unos diez metros delimitado por el sendero de cemento, el zen dero de semen to. El circulito está relleno de la grama más verde que puede existir en el mundo, la grama más hermosa y cuidada que haya habido alguna vez.
En el medio del circulito delimitado por el sendero de cemento hay un cartelito que dice "Prohibido Pisar la Grama".
Con este relato podemos sacar dos conclusiones:
1.- Para hacer cumplir la regla de no pisar la grama alguien tuvo que romperla primero, alguien tuvo al menos por un instante más poder que la ley del cartelito, alguien puede asumir en cualquier momento que su persona está por encima de la ley del cartelito, porque gracias a él se hace cumplir, alguien que puede en cualquier momento volverse un Adolfo Hitler, un Benito Mussolini, un Mahatma Gandhi.
2.- Obviamente, y esto es lo más importante, la grama se vería mejor si fuese cesped azul de Kentucky. No hay duda.

*Hoy era 19.07.2004, es un texto viejo. Inédito en Angulofonía, un tessto vecchio.

Un libro, tres flores (o más, sólo por decir un número) y un choque con muertos el 27 de febrero de 2014

Las flores no siempre son amarillas como creen algunos argentinos, también las hay de otros colores. Las flores no siempre huelen bien, a veces tienen olores y gustos ajenos a nuestro concepto odoritivo de flor, y eso de inventar palabras no te queda ben, pero si preguntan tú di que no fue idea mía.

Eku es el nombre de nuestro protagonista. Se llama así porque sus padres querían un nombre original y corto. ¡Chazám!, Eku, como la cerveza que vendían hace mucho tiempo en la Colonia Tovar. Sí, en realidad se llama así por la cerveza, pero si le preguntan él les dirá lo que yo les acabo de decir. Escribo esto porque Eku se murió ayer en un accidente en su carro en la Cota Mil que de alguna manera logró involucrar (el accidente) a cinco fiscales de tránsito que compartían un pan de jamón en un quiosquito de Vívex (y eso que estamos en febrero), dos motorizados cromados, un helicóptero de la Fuerza Aérea y un flautista alemán que pasaba casualmente por la av. Boyacá seguido de millones de ratas y ratones, aunque después alguien vio unos niños no se sabe por qué.

Una vez, cuando era joven y su rostro no había sido desfigurado por el tiempo (el clima, hacía tanto calor de día que la cara se le ablandaba y a la noche hacía tanto frío que la cara se le endurecía hasta agrietarse), Eku conoció una mujer que iba a viajar y le pidió que le trajese flores del país a donde iba, país bastante comunista, por cierto, donde no le recomiendo a nadie la arriesgada empresa de abrir un McDonald's. A ellos no les encanta, pero dicen "Alle" [alé]. Y resulta ser que no sólo le trajeron varias flores sino que también una rama, un pito con un pato y le devolvieron un libro. La devolución del libro fue totalmente accidental porque no le querían devolver el libro pero pidió algo para llevar las flores. Un día decidió que esas flores eran su bien más preciado. El libro pasó a ser un mero estuche de flores, y eso que el libro era bueno. Se lo podía ver al Eku con aires de erudito utilizando varios métodos muy populares de transporte público mientras veía las flores en el libro. Tanta devoción hacia las flores le hizo aprenderse de memoria las páginas del libro donde las tenía guardadas. Probó ir cambiando de lugar las flores para aprender más cosas y funcionó. Pero poco a poco las flores se le fueron perdiendo, él era una tipo con momentos de pérdidas de control y atención bastante notables. La última que se perdió era amarilla, una flor amarilla, que se fue volando por la ventana de un autobús que viajaba a una velocidad considerable en una avenida bastante cercana a su casa.

Cuando perdió la última flor, Eku se fijó que el libro era malo, pero ya no podía librarse de él porque le traía recuerdos de las flores que tanto interes le habían causado. A veces la gente se extrañaba de ver a ese muchacho bohemio oliendo las páginas del libro que estaba leyendo. Poco a poco la fragancia de las flores se fue del libro, la silueta tatuada en las páginas donde duraron más porque tardó entre "lectura" y "lectura" pasaron al pasado y al final quedó un libro que ya no solo era malo, sino que representaba su total fracaso como redactor de blogs. Sin desanimarse buscó dedicarle aun más tiempo al libro, pero el último encanto que tenía desapareció cuando el perro de la amiga que le había traído las flores lo babeó y se orinó en él (el libro, no Eku, quien por cierto no es alérgico a los gatos).

En un total estado de desesperación Eku se aferró a los recuerdos agradables que tenía de las flores en el libro, mientras apretaba entre sus manos un montón de hojas con orine y baba de perro. Poco a poco comenzó a superar la barrera que le había sido impuesta por el orine y la baba, pero el libro empezó a tomar conciencia propia. Claro, eso fue un problema serio, porque para cuando tomó conciencia de sí mismo ya estaba lleno de orine y baba, y relacionó esas sustancias con la existencia misma. Eku no untaba el libro con orine y baba, como el libro quería, porque ese montón de hojas que alguna vez llevaron sus flores no quería decírselo.

Un día el libro implotó sin dar ninguna advertencia, de hecho hirió el ojo izquierdo trasero de Eku con las esquirlas de hoja y cartón de la portada. Eku se sintió desesperado, pero recordó las flores y reprimió los recuerdos del libro, hasta el punto que pensar en las flores no le hacía recordar el libro. Pero las cosas nunca fueron así de fáciles para Eku, quien tuvo que comprar y memorizar en tres semanas otro ejemplar del mismo libro porque nada más a él se le ocurren esas cosas y mañana tienes examen, crítica a la razón pura y ahí te quiero ver cuando lo quieras leer en alemán.

Años depués, cuando Eku murió, exactamente el 27 de febrero de 2014 sintió segundos antes de que el aspa del helicóptero de la Fuerza Aérea que se vio involucrado de alguna manera en su accidente automovilístico en la avenida Boyacá, entre Maripérez y Las Palmas, se clavase en su garganta causando una muerte rápida y dolorosa e indolora y lenta, recordó la fragancia de las flores que guardaba en su libro, y se arrepintió de nunca haber buscado más flores para obsecionarse con más libros.
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